Podríamos ponernos en plan pesimista en este post y decir que nos llovió en Hvar, la isla donde los hoteles te devuelven el dinero si llueve. O podríamos soltar una buena parrafada de lo bonitas que son las calles de las ciudades pesqueras de Stari Grad y Hvar. También podríamos contaros que flipamos con el lujo y los yates amarrados en el puerto de Hvar.
Pero no, si pensamos en Hvar las imágines que nos vendrán siempre a la cabeza son las de sus calas escondidas, de agua azul turquesa, cristalina, casi perfectas. Que invitan a no hacer nada, a quedarse sentado con la mirada perdida, con la mente vacía. Pequeños paraísos que hay que buscar, caminando entre pinares, o tras algunos minutos en barco. Tesoros camuflados, que te atrapan, haciéndote perder la noción del tiempo y te parten el corazón al recoger la toalla y darlos la espalda camino de vuelta a la civilización.
Posiblemente para otros muchos, Hvar sea lujo, fiesta, pintorescas calles adoquinadas, buen pescado, sol y más sol… pero para nosotros siempre será un pequeño paraíso donde dos náufragos se perdieron, sin más pretensión que disfrutar del mar, el sol y la soledad en compañía.
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