Desayuno en cala privada |
Después del primer baño y desayuno en una cala solitaria (rutina que fuimos adoptando día tras día), comenzamos con energía renovada nuestro segundo día de viaje, destino la Isla de Brac. Pero antes, unas dos horitas por la “temible” carretera de la costa, con sus atascos interminables y tortuosas carreteras… No se, debe ser que nos equivocamos de camino, porque ni pillamos atascos ni la carretera nos pareció tortuosa.
Carretera de la playa |
Más bien lo recordamos como una ruta preciosa a la orilla del mar, donde con las islas en el horizonte, cruzamos una sucesión de pueblitos pesqueros y calas de esas que te dejan la boca abierta, hasta llegar a la isla de Brac. Si fuera por Patri nos hubiéramos parado a bañarnos más de 20 veces en cualquiera de los entrantes rocosos de agua azul turquesa que no parábamos de dejar atrás tras el “joder qué pasada ¡!!!” de turno. Pero toda espera tiene su recompensa.
La Playa |
Así tras cruzarnos toda la isla, escuchando los hits veraniegos a todo trapo, con las ventanillas bajadas como dos chulos de playa en Benidorm, nos metimos por una carretera de cabras hasta lo más profundo de un pinar, donde tras dejar el coche en un improvisado aparcamiento, nos enfundamos los bañadores, las toallas y la crema de sol y nos perdimos pinar abajo hasta dar con una mega cala acojonan……….. ¡!!!!!! Si no fuera porque tenemos una super fuerza de voluntad, y porque teníamos un billete de vuelta, aún estaríamos ahí tomando el sol en nuestra piedrecita y flotando entre los yates fondeados en esa balsa turquesa de película. No exageramos, íbamos para estar un rato, y tras casi tres horas, tuvimos que obligarnos a emprender camino de vuelta, pinar arriba … qué sensación de abandono ¡!!!.
Este viaje hemos venido a disfrutar, nos decíamos… pero, como sigamos así no nos va a dar tiempo a ver nada ¡!!!. Además habrá que ver la ciudad de Brac… que ya que estamos aquí.
Callejuelas de Brac |
Vendita fuerza de voluntad ¡!! Y qué acierto haber reservado un ratito para dar un paseo Brac. Con el recuerdo de Rovinj aún cercano, vivimos un revival de pueblecito medieval a la orilla del mar. Laberinto adoquinado de casas de piedra blanca, coloreadas por blasones de colores y sin más turistas que nosotros dos y un pequeño grupo organizado con el que intermitentemente nos íbamos cruzando. Si de por si era un gustazo pasear de forma errática por semejante pueblo de postal, poder hacerlo en soledad, y aún fresquitos tras el baño a media tarde, hace que tengamos la isla de Brac como uno de los mejores recuerdos del viaje.
Callejuela con blasones |
Al igual que nos había pasado el día anterior, el día termino haciéndosenos corto, y tuvimos que descartar visitar la vecina isla de Pag, con su paisaje lunar (totalmente desértico), su fiesta ibicenca y su famoso queso del mismo nombre.
Un poco escaldados, tras nuestras dos últimas noches en campings grandes, donde apenas si pudimos descansar, decidimos probar suerte en un micro camping que encontramos a pie de carretera. Un baño al anochecer y una cenita de restos a la orilla del mar, con la iluminada isla de Pag al fondo, fueron el broche de oro a una jornada perfecta, combinación de visita cultural y relax en la playa, todavía lejos de las hordas de turistas que encontraríamos al día siguiente.
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