Después de aterrizar la noche del viernes 15 de Julio en Venecia y pasar la primera noche en un camping cercano al aeropuerto rodeados de guiris ataviados con toga romana, borrachos como piojos y tras dormir unas pocas horas con el sonido de fondo de los hits del verano y el amanecer de ruido de aviones, nos pusimos rumbo a nuestro primer destino, la región de Istria (Croacia).
Istria es una región de Croacia que linda con Eslovenia e Italia. Si bien no es tan visitada como la zona de Dalmacia (Split, Dubrovnik, las islas…) está llena de lugares con encanto, alejados del turisteo desenfrenado y en los que perderse al menos 1 par de días.
Tras conducir un par de horas, dejamos atrás Italia y Eslovenia y cruzamos la frontera Croata. No tardaríamos en llevarnos las primeras sorpresas del viaje.
La primera nada más cruzar la frontera. Con la ignorancia que nos caracteriza, íbamos con nuestras dos guías de viaje, y un mapa de carreteras de Croacia, pensando que nos íbamos a encontrar un país por hacer, nada preparado para el turismo. Nada más lejos de la realidad. Fue llegar a la frontera y unas guapas señoritas de turismo nos llenaron en menos de 2 segundos el coche de folletos de turismo acompañados de un bonito mapa de carreteras que hizo inútil nuestra inversión cartográfica.
Refrigerio en Opatija |
La segunda, media hora después, cuando tras conducir un rato por pintorescas comarcales, se nos ocurrió parar en un pequeño pueblo de 2 casas llamado Opatija, en un precioso hotelito a los pies de un castillo semiderruido. Si bien no teníamos una sola moneda croata, sedientos como estábamos y todavía en estado de shock tras el recibimiento fronterizo, nos la jugamos a pedir una coca cola e intentar pagar en EUROS. Un rotundo claaaaaaarrrrrrrroooooo, sin problema!!! Terminó de abrirnos los ojos ante la gran realidad que más adelante confirmaríamos: Croacia es una país que vive por y para el turismo.
Así, tras disfrutar de las vistas, sentados en un cenador de madera, rodeados de parras de uva blanca y
Pasta con trufas |
después de comprobar la hospitalidad croata (el hombre del hotel como no tenía agua sin gas en botella, nos rellenó gratis la cantimplora de agua fresquita que tenía en su nevera) llegamos a nuestro primer destino del día: Motovun.
Motovun |
Motovun es un pequeño pueblo medieval del interior de Istria que se alza majestuoso en lo alto de una colina. Si bien en algo menos de una hora ya habíamos recorrido todas y cada una de sus callejuelas adoquinadas y habíamos hecho más de 200 fotos de puertas, ventanas, callejones y todo tipo de detalles pintorescos, estábamos tan a gusto, casi sin turistas, que decidimos quedarnos a comer en un bonito restaurante con una terraza que tenía vistas a toda la región. Aún sin tener ni una sola moneda croata, y tras otro sonoro “… sin problema, paguen en EUROS”, cayó una pasta con trufas negras para chuparse los dedos … ya habría tiempo más adelante para los bocatas de embutido !!!!.
Rovinj - Detalle ventana |
Con la barriga llena, y una inusual relajación, que nos decía que no nos iba a dar tiempo a ver todo lo que teníamos pensado, llegamos a nuestra primera ciudad costera: Rovinj.
Bañito en Rovinj |
Qué pasada de ciudad ¡!!! Una península de casas estilo veneciano llena de puertas que daban al mar, cruce de calles adoquinadas y completamente remozadas con casas en estado semirruinoso todavía con agujeros de bala de la olvidada guerra pasada. Y en lo más alto, una espigada iglesia, que quedó perfecta en nuestra primera foto al atardecer. Recalentados como íbamos tras un día de sol a secano, no desaprovechamos la oportunidad y nos pegamos un buen bañito entre las rocas en una improvisada zona de baño donde igual puedes encontrarte unas marujas croatas o guiris leyendo un libro mientras tomar una copa de champán en un super bar de moda.
Vista del casco antiguo de Rovinj |
Por último, y tras cambiar moneda y empezar a malgastar khunas en un mercado de fruta (las uvas más caras de nuestra vida….pero qué buenas estaban), nos pusimos rumbo a la famosa ciudad costera de Opatija (otra Opatija más grande), donde llegamos bien entrada la noche y después de plantar la tienda en el primer camping que encontramos nos fuimos a dormir con una sornisa de oreja a oreja y con ganas de mucho más.
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