domingo, 10 de febrero de 2013

ESCAPADITA A DUBLIN

Mi primera incursión a Irlanda fue a finales de Octubre. Monté a mis padres en un avión y nos fuimos a ver a la hija pródiga que se ha ido a hacer las Irlandas a un pequeño pueblecito llamado New Ross.

Guinness Storehouse
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, y pues que volábamos a Dublín, decidimos hacer una pequeña parada de un día y medio hacer una escapada a la capital de Irlanda.

El que llegue a Dublín pensando en ver una gran ciudad europea, del estilo de París, Roma, Viena, Berlín ... o Londres, desde luego se llevará una gran decepción al poner el pie en las calles de Dublín. Dublín no es una ciudad monumental, de grandes avenidas, edificios majestuosos y ornamentadas catedrales. El verdadero encanto de esta ciudad reside en dejarse llevar por su ritmo musical, el calor de sus pubs y el sabor de una buena Guinness.

Ciudad Industrial
Los grandes Highlights de Dublín casi se pueden ver en un paseo de dos horas (como comprobaría Chime días más tarde), y el ritmo al visitar esta ciudad no exige una pateada frenética, si no la pausa de la que tanto carecemos normalmente para degustar un sándwich de pavo, un té, un café irlandés, un Irish Stew o una buena cerveza al son de la música en directo.

Catedral de Dublin
La primera tarde, y después de dejar las maletas en el hotel, nos acercamos a ver el Museo de Guinness, el corazón que hace latir la ciudad. Aunque es un poco clavada, merece la pena echarle un vistazo. En realidad no es una fábrica de cerveza donde puedas ver cómo se elabora el líquido elemento (al estilo de una bodega). La visita está más orientada a mostrar al visitante el mundo Guinness, pasando por la elaboración, el almacenamiento, la distribución y la publicidad que rodean a este verdadero símbolo de la cultura irlandesa. Al final de obsequio te llevas una pinta de cerveza a tomar en su famoso bar de la azotea con vistas a toda la ciudad.
Trinity Collegue

El segundo día, lo dedicamos a ver de arriba a abajo Dublín: el castillo, la catedral, el Trinity Collegue, la zona de los museos, la zona de compras (y su Molly Malone), el río ... creo que no hubo un rincón que dejáramos sin patear ... intentando dilatar la visita a una ciudad que nos pedía a gritos dejar de andar y acercarnos a Temple Bar a degustar su otro yo.

Paseo otoñal
Y vaya si lo hicimos, tanto la primera como la segunda noche, no dudamos en acercarnos a la "Huertas" dublinesa a hacer un poco de "Guiris" degustando las bondades culinarias (un poco limitadas por cierto) de la gastronomía irlandesa. En verdad nos pusimos las botas los dos días, pero sobre todo lo mejor fue disfrutar de una buena sobremesa y hablar, y hablar y hablar ... y beber café irlandés por la noche (... no quita el sueño, ... igual será por el whisky).

Pero esto solo era un aperitivo, y ni mucho menos el motivo de nuestro viaje ... ya casi teníamos ganas de dejar Dublín y ver a nuestra familia irlandesa que nos esperaba con los brazos abiertos en la puequeña ciudad de New Ross.

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